Cooperativismo como base de la felicidad

Fundamentos biológicos e históricos

Entre los animales sociales la cooperación mutua es necesaria y, en ocasiones, vital para la preservación de las especies. Sin embargo, aun cuando esta actitud cooperativa es una conducta aprendida, sólo puede desarrollarse si está basada en un instinto inscrito en los genes del animal. Los mamíferos (que es la clase a la que pertenecen los humanos) forman grupos que pueden incluir una familia, varias familias o un número indeterminado de individuos no emparentados, y la cooperación puede consistir en el cuidado grupal de las crías por parte de las hembras o los machos adultos, la formación de cuadrillas de vigilancia y alarma ante una amenaza, la repartición del producto de la caza, el compartimiento del terreno de pastoreo o de la guarida, etc. También varía el grado de cooperación, que puede ser altísimo (como entre los suricatos), mediano (como entre los leones) y prácticamente nulo (como entre los leopardos). Así pues, la variación en las conductas cooperativas de los animales sociales de las distintas especies es prácticamente infinita.

¿Y respecto al animal humano?

De acuerdo con las más recientes investigaciones atropológicas, las primitivas hordas humanas estaban formadas por algunas decenas de familias emparentadas entre sí y encabezadas por un macho dominante (Algunos científicos piensan que también incluían una matriarca). En este tipo de organización, los machos dominantes tenían ciertos privilegios pero, en general, ejercían un liderazgo benigno que permitía la cohesión del grupo y fomentaba la cooperación entre todos los miembros. Ya desde la época de los antiguos griegos se sabía que el Hombre es un animal que no puede alcanzar su pleno desarrollo físico y mental fuera de un grupo social organizado (el hombre es un zoon politikon, decía el filósofo Aristóteles), y actualmente la mayoría de los investigadores coinciden en que el ser humano siempre fue instintivamente gregario, empático y cooperativista. Lo que todavía está en discusión es el alcance que tenían estos sentimientos empáticos en la prehistoria.

¿La actitud solidaria incluía, además de los miembros de la propia horda, a individuos de otras hordas (por ejemplo, niños abandonados y hombres enfermos o heridos de otras hordas)?

Por ahora no lo sabemos, pero en lo que sí existe consenso es que dentro de las hordas primitivas la conducta cooperativa era esencial para la sobrevivencia del grupo. Algunos historiadores, antropólogos y sociólogos proponen la hipótesis de que el estado actual de confrontación social es el resultado de una distorsión de las relaciones inter-comunitarias provocada por la imposición en las sociedades primitivas de estructuras jerarquizadas que chocaron con los intereses de sus integrantes. Según esta opinión, a lo largo del devenir humano los agrupamientos de hordas en tribus y de tribus en naciones no se hicieron a través de contratos voluntarios, sino por medios coercitivos, lo que provocó la convivencia forzada de grupos con intereses diversos e incluso antagónicos, y esto a su vez originó una erosión progresiva de la solidaridad, la empatía y la cooperación entre los individuos dentro de las sociedades. Ya sea que las cosas hayan ocurrido así o de alguna otra manera, el caso es que actualmente la especie humana está dividida en naciones, razas, etnias, religiones, ideologías, clases, etc., y esta división frecuentemente provoca odios, conflictos y guerras.

¿Por qué ocurre esto?

 Entre otras cosas, porque hay élites que se benefician de este estado de cosas. Pero, independientemente de las causas, el hombre común se siente totalmente inerme ante este caótico e injusto estado en el que se encuentra la especie humana. Las sociedades actuales son tan grandes y complejas, que el hombre medio piensa que ni la más refinada y transparente democracia participativa le permitiría influir en los acontecimientos nacionales, ya no digamos en los de carácter mundial. No obstante, todavía hay personas que no creen que estén cerrados todos los caminos hacia la Utopía, y que el camino más viable es el cooperativismo. Después de un siglo de experimentos socialistas que terminaron en pavorosas tiranías, después de dos guerras mundiales y la amenaza de una tercera y última, después una pandemia de SIDA y de las hambrunas africanas, todavía hay necios que creen que los instintos de cooperación y solidaridad que acompañaron a lo largo de cientos de miles de años a las hordas humanas aún nos pueden ayudar a construir un nuevo tipo de convivencia que permita a la mayoría de los hombres vivir una vida sana y productiva y desarrollar sus potencialidades en beneficio propio y de sus semejantes. Y es el cooperativismo el único camino que nos permitirá lograr esto. Breve definición del cooperativismo El cooperativismo, como su nombre lo indica, es una doctrina social y económica que promueve la cooperación voluntaria entre los miembros de una comunidad para crear y administrar un proyecto económico y social común. Se basa en dos premisas fundamentales: la existencia de un instinto en el hombre que lo impulsa a colaborar con su grupo y la posibilidad de educar al ser humano para que refine sus sentimientos de solidaridad y empatía hacia los demás. Por lo que respecta al instinto de cooperación, precisamente por tratarse de un instinto debe haber sobrevivido en nuestros genes hasta nuestros días. En relación con los sentimientos de solidaridad y empatía, todo es cuestión de educar a los niños en un ambiente que los propicie, es decir, en una sociedad que no se parezca a la nuestra.

¿Y cómo vamos a lograr esto?

Por supuesto que no va a ser por medio de una revolución sangrienta encabezada por un líder carismático rodeado de una camarilla de ideólogos fanáticos. Nuestra labor deberá ser lenta y callada, sin líderes autoritarios y omnisapientes que vigilen la estricta observancia del dogma y la verdad absoluta. Nuestra labor deberá realizarse entre nuestros amigos y parientes, en nuestras escuelas y centros de trabajo, en el Internet, etc. Estará basada únicamente en cuatro principios fundamentales: la solidaridad, la empatía, la libertad y la equidad. De la solidaridad y la empatía ya hablamos en los párrafos anteriores, así que ahora abordaremos la libertad y la equidad. La libertad, o más bien las libertades, se dividen en dos grupos: Las libertades fundamentales y las libertades políticas. Las libertades fundamentales son las que nos permiten vivir y desarrollarnos como seres humanos sin interferencias del Estado y de la sociedad; es decir, son la libertad de creer, trabajar (o no trabajar), pensar, decir y hacer todo lo que deseemos sin ninguna restricción o censura. Otras libertades fundamentales son la de libertad de tránsito, de elección de pareja, de elección de residencia, de elección de profesión u ocupación, de asociación, etc.

Las libertades políticas (también denominadas derechos políticos por algunos juristas) son las que nos permiten participar en el manejo de nuestras instituciones políticas y sociales, como son la libertad de votar o de postularse para un cargo público, de revocar el mandato de los gobernantes, de asociarse en agrupaciones o partidos políticos, de acceder a los archivos públicos, etc. La equidad es el principio según el cual todos los individuos, familias o grupos deben recibir de la sociedad exactamente lo que merecen, de acuerdo con sus aportaciones, sus capacidades y sus necesidades, en ese orden. Lo anterior quiere decir que un individuo apático, egoísta y perezoso, por más necesitado que se encuentre no debe recibir de la sociedad lo mismo que recibiría una persona colaboradora, esforzada y diligente. Este individuo, no obstante, podría recibir una ayuda inmerecida de la sociedad, no por razones de equidad, sino por solidaridad y empatía. De acuerdo con lo anterior, mientras que la equidad tiene el carácter de obligatoria, la solidaridad podrá ser otorgada graciosamente por los miembros de la sociedad sin que medie la coerción. El tema de la equidad también es importante porque constituye la base de todo sistema cooperativista. Además, es una cuestión que los ideólogos del capitalismo se rehúsan sistemáticamente a discutir. Veamos por qué: Aunque desde la época de Ricardo los economistas ya hablaban de la plusvalía,

Fue Marx quien esclareció definitivamente la cuestión. En términos muy sencillos, la plusvalía o valor agregado es el aumento de valor que sufre un objeto comercializable (es decir, una mercancía) cuando es transformado por el trabajo humano. De acuerdo con esto, una caja de tornillos vale más que el rollo de alambre que se requirió para elaborarlos, una olla metálica vale más que la lámina que se utilizó para fabricarla, un rollo de tela vale más que el algodón que se empleó para tejerlo, etc. Así pues, la plusvalía no es más que trabajo humano acumulado, y aquí está la clave de la falta de equidad del sistema capitalista. Con el siguiente ejemplo bastará para dejar todo esto en claro: Si un empresario capitalista instala una fábrica de cualquier cosa y contrata 100 obreros para que trabajen en ella, parte de la premisa de que va a recibir un porcentaje de la plusvalía que van a generar sus asalariados. Si cada uno de los 100 asalariados produce 100 dólares diarios de plusvalía y el empresario sólo paga 50 dólares diarios a cada uno de ellos, entonces recibirá 5 000 dólares diarios provenientes de la plusvalía que les descontó. Así pues, el capitalista recibirá 100 veces más ingresos que cada uno de sus empleados, sin trabajar 100 veces más tiempo y sin ser 100 veces más diligente y productivo. Por supuesto que el empresario se defenderá diciendo que el porcentaje de la plusvalía que les descontó lo merece con justicia porque él, y sólo él, arriesgó su capital para producir la mercancía en cuestión, mientras que los obreros sólo contribuyeron con su trabajo. No vamos a discutir aquí el tema de la acumulación original ni la manera tan oscura cómo amasaron sus fortunas los antiguos y los modernos magnates capitalistas. Lo que sí vamos a dejar en claro es que si queremos transitar de una manera tranquila y civilizada del capitalismo al cooperativismo no debemos recurrir a la violencia, porque ésta sólo genera más violencia. Por lo tanto, no nos quedará más remedio que respetar el derecho de propiedad de los empresarios capitalistas (aunque lo consideremos injusto) y comenzar a crear, en paralelo, empresas cooperativas.

El primer paso para la instalación del cooperativismo en nuestras sociedades deberá comenzar con una etapa de libre competencia entre las sociedades anónimas y las cooperativas, pero con base en un régimen fiscal que favorezca a estas últimas con la exención de impuestos. Bajo este régimen fiscal, los capitalistas pagarán doble impuesto (por ellos mismos y por sus empresas), mientras que los cooperativistas únicamente pagarán como personas físicas. Esta política de doble tributación ya se aplica en casi todos los países desarrollados (por ejemplo, en Estados Unidos el Departamento del Tesoro cobra impuestos tanto a las corporaciones como a sus accionistas), así que los congresos o parlamentos de los países en desarrollo no tendrán argumentos válidos para negarse a aprobar una legislación de este tipo. El fomento al cooperativismo también requerirá de fuertes inversiones por parte del Estado (y esto ya ocurre en los países escandinavos y en Israel) y de la creación de bancos de desarrollo. Para financiar estas instituciones no será necesario crear nuevos impuestos ni elevar las tasas actuales: bastará con utilizar los fondos fiscales que actualmente se destinan a los gastos militares y a subsidios para las grandes empresas. A medida que prospere el sector cooperativista de la economía irán desapareciendo las corporaciones debido al éxodo de asalariados hacia las empresas cooperativas, y eventualmente éstas desaparecerán por falta de empleados a quienes explotar. Esto permitirá la eliminación de uno de los agentes que más daño está causando a nuestras sociedades: la élite capitalista que, a diferencia de los funcionarios gubernamentales elegidos democráticamente, posee un gran poder y ninguna responsabilidad frente a la ciudadanía, así como una sed aparentemente insaciable de dinero y poder, a costa de lo que sea.

¿Permitirá el actual stablishment que sus amadas corporaciones dejen de ser las entidades privilegiadas del Estado?

Todo dependerá de la profundidad de nuestras convicciones, de nuestra capacidad de argumentación y convencimiento y de nuestra fuerza política real. No es la primera vez que las actividades de convencimiento de los intelectuales y grupos organizados logra cambios importantes en la sociedad cuando su labor es continua y sus propuestas están bien fundamentadas y argumentadas (simplemente recordemos la abolición de la esclavitud y de las monarquías absolutas en los siglos XVIII y XIX, así como la adopción de la democracia representativa y la seguridad social a principios del siglo XX). Pero esto no sólo ocurrió en el pasado, ya que también en los últimos años los movimientos ecologistas han obtenido notables triunfos, a pesar de la oposición de algunos gobiernos y transnacionales. Tampoco olvidemos a las organizaciones pacifistas o de derechos humanos y su positiva actuación aun en países dictatoriales. Pero de todos modos no podemos confiar en la buena voluntad de los políticos y plutócratas, así que el prerrequisito para el triunfo de nuestra causa es organizarnos y movilizarnos para realizar una trasformación a fondo de los sistemas políticos del mundo: no basta con la democracia representativa para que el ciudadano medio adquiera la capacidad para controlar plenamente las actividades de sus gobernantes, especialmente si persiste el actual contubernio entre los grandes capitalistas y los gobiernos. También debemos tener presente que los partidos políticos se han convertido en gigantescas burocracias plagadas de intereses egoístas y carentes de ética, e incluso de ideología. Los términos "izquierda" y "derecha" han perdido su sentido original. Hemos llegado a niveles orwelianos de distorsión del sentido de las palabras, pues de otro modo no se explica que partidos políticos autodenominados "socialistas" (como el PSOE español, la Socialdemocracia alemana y los partidos "socialistas" de Sudamérica) permitan el fortalecimiento de las grandes trasnacionales y la absorción de empresas por parte compañías "controladoras", que de esta manera se convierten en súper-corporaciones con más poder real que algunos gobiernos.

¿Todavía hay tiempo de rescatar a los gobiernos de la manipulación de los partidos tradicionales y de las grandes corporaciones?

Yo creo que sí, pero siempre y cuando no juguemos el mismo juego que ellos inventaron. Mientras que ellos juegan a nivel macro, nosotros tenemos que contrarrestarlos actuando a nivel micro. Esta estrategia es la única que nos permitirá avanzar, pues no hay otro modo de competir con los dueños del gran poder y del gran dinero. Además, si formamos grandes organizaciones piramidales corremos el riesgo de engendrar líderes autócratas, quienes, debido a la naturaleza humana y a los enormes intereses en juego, podrían venderse al enemigo y traicionar nuestra causa. Cada una de nuestras organizaciones debe tener no más de unos cientos de miembros, los cuales deberán estar dispuestos a sesionar por lo menos una vez a la semana. No deberá permitirse la reelección de los líderes, y éstos siempre irán acompañados de un comité de miembros de las bases cuando realicen negociaciones con los partidos actuales, con las grandes corporaciones o con los gobiernos. La meta inicial de este movimiento será la multiplicación de las cooperativas, hasta que sean tantas y alcancen tanto poder como el que actualmente tienen las corporaciones. Para no desgastarnos prematuramente, no entraremos en polémicas político-ideológicas con las corporaciones, los partidos políticos o los gobiernos, y sólo hasta que estemos en condiciones de igualdad comenzaremos a discutir temas que no sean estrictamente económicos.

¿Cómo funciona una cooperativa?

De la misma manera que una sociedad anónima o corporación, pero en estas empresas todo gira en torno a la equidad (que no es lo mismo que la igualdad). A cada socio le corresponde una parte de las utilidades, que se determina de acuerdo con la cantidad de trabajo, conocimientos y talento que aporta, no con el número de acciones que posee, como ocurre en las corporaciones. Por supuesto que en estas empresas también hay jerarquías, pero el puesto que cada quien desempeña lo determina el comité administrador con base en las cualidades y los conocimientos personales de cada uno de los socios evaluados. A diferencia de la junta de accionistas de las sociedades anónimas (que es esencialmente un grupo de parásitos), los miembros del comité administrador son elegidos democráticamente por todos los socios, y la duración de su encargo está predeterminada, por lo que no se pueden perpetuar en el puesto. Además de la equidad, otra peculiaridad de las cooperativas que las diferencia de las sociedades anónimas es la estricta conexión entre el capital y el trabajo: ningún socio puede aportar únicamente capital o únicamente trabajo, ya que ambos están indisolublemente unidos. Mientras que en una corporación un accionista puede ganar cien veces más que un empleado común, en una cooperativa esto es imposible, ya que no es creíble que un socio pueda producir cien veces más que otro, por más ingenioso y esforzado que sea. No obstante, a un socio que aporte una innovación tecnológica o alguna mejora de otro tipo a la empresa se le podría otorgar un premio o regalías adicionales a su sueldo, pero esto no viola el principio de equidad, a menos que sea exagerada la recompensa otorgada por su aportación. La meta final del cooperativismo es reeducar a la sociedad para que recupere los buenos hábitos de cooperación y convivencia social. También busca eliminar los mecanismos políticos y económicos que actualmente permiten a algunos individuos acumular gigantescas fortunas (y el enorme poder que esto conlleva) y utilizarlas a su capricho y sin ningún control por parte de los gobiernos, y mucho menos de las ciudadanías, propiciando con ello la degradación social y ambiental, guerras y todas las demás calamidades que produce el poder exagerado y sin control que actualmente disfrutan unos cuantos. También debe quedar muy claro que, a diferencia del comunismo trasnochado, el cooperativismo no pretende la igualdad económica absoluta entre todos los miembros de la sociedad (y mucho menos la intervención del Estado para que ello sea obligatorio), ya que esto, además de imposible, es inequitativo. Lo que busca es que la riqueza producida por el ingenio y el trabajo de cada ciudadano no le sea arrebatada por el Estado, como ocurría en el socialismo burocrático, ni por los empresarios capitalistas, como ocurre actualmente en casi todo el mundo. Esto no producirá un estado inmediato de felicidad universal, pero sí nos ayudará a avanzar un poco hacia la Utopía.

 

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